"A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia."
Buenas a todos, lo que hoy les vengo a dejar es un extracto del libro "1984" de George Orwell, que trata un poco sobre las guerras y los manejos que hace el estado sobre las masas. El texto, al igual que todo el libro, es excelente.
Les cuento un poco... George Orwell escribió "1984" en el año 1948, y el libro trata sobre el control que aplica el estado sobre la gente, las formas que utilizan para dominar las masas y controlar sus ideas y deseos.
Este estado omnipresente obliga a cumplir sus leyes y normas al pueblo mediante el adoctrinamiento, la propaganda, el miedo, el castigo y la violencia. Toda la población es controlada por "El Gran Hermano", quien vendría a ser algo así como "el dictador" (si, si, no es nada bueno ni se parece en nada con lo que seria el moderno y patético "gran hermano", que día a día aplaca la mente de la gente en la televisión). También existe la denominada "policía del pensamiento" que controla, justamente como el nombre lo dice, lo que la gente piensa, limitando y condenando cualquier tipo de pensamiento de libertad o cualquier concepto que se aleje del impuesto.
El gobierno totalitario esta dividido en 4 ministerios:
* El Ministerio del Amor se ocupa de los castigos y la tortura.
* El Ministerio de la Paz se encarga de asuntos relacionados con la guerra y con hacer que ésta sea permanente.
* El Ministerio de la Abundancia, encargado de los asuntos relacionados con la economía y de conseguir que la gente viva siempre al borde de la subsistencia.
* El Ministerio de la Verdad, se dedica a reescribir la historia, para que las predicciones del Gran Hermano coincidan con la realidad, a través del falseamiento a posteriori de dichas predicciones en los medios de comunicación.
Demás esta decir la cantidad de paralelismos que se pueden trazar con la sociedad actual, se podría decir que Orwell pudo ver hacia donde iba el mundo, y hasta que punto llegaría la represión en el futuro. Si prestan un poco de atención, y miran de cerca, se van a encontrar con que lo que dice 1984 es practicamente lo que vivimos hoy, y cuan bien engañada tienen a la gente para que no puedan notar el modo en el que vivimos, enmascarando con el titulo de "democracia" un mundo abusivo, discriminatorio y totalitario.
De cualquier manera, esto es solo una cita del libro en la que un personaje lee un texto, que no cuenta nada sobre la historia en si, por lo tanto si no leyeron el libro, no va a haber problema en leerlo. De cualquier manera el libro esta mas que recomendado para todos.
"La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza."
(Slogan del estado)
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza."
(Slogan del estado)
"Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado."
Que lo disfruten, y les deje algo... un abrazo grande y nunca abandonen el deseo innato de libertad, que para eso vivimos...
Esto que les dejo es un extracto del libro que el personaje de 1984 lee... es corto, pero proximamente les dejo una parte mas... quedense tranquilos que no dice nada sobre el libro en si... es simplemente una explicación sobre el por que de algunas cosas y su funcionamiento. espero que les guste... nos vemos luego:
(...) Nada atañe a la riqueza del mundo, ya que todo lo que produce se dedica a fines de guerra, y el objeto de prepararse para una guerra no es más que ponerse en situación de emprender otra guerra. Las poblaciones esclavizadas permiten, con su trabajo, que se acelere el ritmo de la guerra. Pero si no existiera ese refuerzo de trabajo, la estructura de la sociedad y el proceso por el cual ésta se mantiene no variarían en lo esencial. La finalidad principal de la guerra moderna (de acuerdo con los principios del doblepensar) la reconocen y, a la vez, no la reconocen, los cerebros dirigentes del Partido Interior. Consiste en usar los productos de las máquinas sin elevar por eso el nivel general de la vida. Hasta fines del siglo XIX había sido un problema latente de la sociedad industrial qué había de hacerse con el sobrante de los artículos de consumo. Ahora, aunque son pocos los seres humanos que pueden comer lo suficiente, este problema no es urgente y nunca podría tener caracteres graves aunque no se emplearan procedimientos artificiales para destruir esos productos. El mundo de hoy, si lo comparamos con el anterior a 1914, está desnudo, hambriento y lleno de desolación; y aún más si lo comparamos con el futuro que las gentes de aquella época esperaba. A principios del siglo XX la visión de una sociedad futura increíblemente rica, ordenada, eficaz y con tiempo para todo -un reluciente mundo antiséptico de cristal, acero y cemento, un mundo de nívea blancura- era el ideal de casi todas las personas cultas. La ciencia y la tecnología se desarrollaban a una velocidad prodigiosa y parecía natural que este desarrollo no se interrumpiera jamás. Sin embargo, no continuó el perfeccionamiento, en parte por el empobrecimiento causado por una larga serie de guerras y revoluciones, y en parte porque el progreso científico y técnico se basaba en un hábito empírico de pensamiento que no podía existir en una sociedad estrictamente reglamentada. En conjunto, el mundo es hoy más primitivo que hace cincuenta años. Algunas zonas secundarias han progresado y se han realizado algunos perfeccionamientos, ligados siempre a la guerra y al espionaje policíaco, pero los experimentos científicos y los inventos no han seguido su curso y los destrozos causados por la guerra atómica de los años cincuenta y tantos nunca llegaron a ser reparados. No obstante, perduran los peligros del maquinismo. Cuando aparecieron las grandes máquinas, se pensó, lógicamente, que cada
vez haría menos falta la servidumbre del trabajo y que esto contribuiría en gran medida a suprimir las desigualdades en la condición humana. Si las máquinas eran empleadas deliberadamente con esa finalidad, entonces el hambre, la suciedad, el analfabetismo, las enfertnedades y el cansancio serían necesariamente eliminados al cabo de unas cuantas generaciones. Y, en realidad, sin ser empleada con esa finalidad, sino sólo por un proceso automático -produciendo riqueza que no había más remedio que distribuir-, elevó efectivamente la máquina el nivel de vida de las gentes que vivían a mediados de siglo. Estas gentes vivían muchísimo mejor que las de fines del siglo XIX.
Pero también resultó claro que un aumento de bienestar tan extraordinario amenazaba con la destrucción -era ya, en sí mismo, la destrucción- de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante que comer, vivieran en casas cómodas e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano, habría desaparecido la forma más obvia e hiriente de desigualdad. Si la riqueza llegaba a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era posible imaginarse una sociedad en que la riqueza, en el sentido de posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida mientras que el poder siguiera en manos de una minoría, de una pequeña casta privilegiada. Pero, en la práctica, semejante sociedad no podría conservarse estable, porque si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a pensar por sí mismos; y si empezaran a reflexionar, se darían cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabarían barriéndoles. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia. Regresar al pasado agrícola -como querían algunos pensadores de principios de este siglo- no era una solución práctica, puesto que estaría en contra de la tendencia a la mecanización, que se había hecho casi instintiva en el mundo entero, y, además, cualquier país que permaneciera atrasado industrialmente sería inútil en un sentido militar y caería antes o después bajo el dominio de un enemigo bien armado.
Tampoco era una buena solución mantener la pobreza de las masas restringiendo la producción. Esto se practicó en gran medida entre 1920 y 1940. Muchos países dejaron que su economía se anquilosara. No se renovaba el material indispensable para la buena marcha de las industrias, quedaban sin cultivar las tierras, y grandes masas de población, sin tener en qué trabajar, vivían de la caridad del Estado. Pero también esto implicaba una debilidad militar, y como las privaciones que infligía eran innecesarias, despertaba inevitablemente una gran oposición. El problema era mantener en marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo. Los bienes habían de ser producidos, pero no distribuidos. Y, en la práctica, la única manera de lograr esto era la guerra continua.
El acto esencial de la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo. La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de excesiva comodidad y, con ello, se hicieran a la larga demasiado inteligentes. Aunque las armas no se destruyeran, su fabricación no deja de ser un método conveniente de gastar trabajo sin producir nada que pueda ser consumido. En una fortaleza flotante, por ejemplo, se emplea el trabajo que hubieran dado varios centenares de barcos de carga. Cuando se queda anticuada, y sin haber producido ningún beneficio material para nadie, se construye una nueva fortaleza flotante mediante un enorme acopio de mano de obra. En principio, el esfuerzo de guerra se planea para consumir todo lo que sobre después de haber cubierto unas mínimas necesidades de la población. Este mínimo se calcula siempre en mucho menos de lo necesario, de manera que hay una escasez crónica de casi todos los artículos necesarios para la vida, lo cual se considera como una ventaja. Constituye una táctica deliberada mantener incluso a los grupos favorecidos al borde de la escasez, porque un estado general de escasez aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace que la distinción entre un grupo y otro resulte más evidente. En comparación con el nivel de vida de principios del siglo XX, incluso los miembros del Partido Interior llevan una vida austera y laboriosa. Sin embargo, los pocos lujos que disfrutan -un buen piso, mejores telas, buena calidad del alimento, bebidas y tabaco, dos o tres criados, un auto o un autogiro privado- los colocan en un mundo diferente del de los miembros del Partido Exterior, y estos últimos poseen una ventaja similar en comparación con las masas sumergidas, a las que llamamos «los proles». La atmósfera social es la de una ciudad sitiada, donde la posesión de un trozo de carne de caballo establece la diferencia entre la riqueza y la pobreza. Y, al mismo tiempo, la idea de que se está en guerra, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo el poder a una reducida casta parezca la condición natural e inevitable para sobrevivir.
Se verá que la guerra no sólo realiza la necesaria distinción, sino que la efectúa de un modo aceptable psicológicamente. En principio, sería muy sencillo derrochar el trabajo sobrante construyendo templos y pirámides, abriendo zanjas y volviéndolas a llenar o incluso produciendo inmensas cantidades de bienes y prendiéndoles fuego. Pero esto sólo daría la base económica y no la emotiva para una sociedad jerarquizada. Lo que interesa no es la moral de las masas, cuya actitud no importa mientras se hallen absorbidas por su trabajo, sino la moral del Partido mismo. Se espera que hasta el más humilde de los miembros del Partido sea competente, laborioso e incluso inteligente -siempre dentro de límites reducidos, claro está-, pero siempre es preciso que sea un fanático ignorante y crédulo en el que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continua sensación orgiástico de triunfo. En otras palabras, es necesario que ese hombre posea la mentalidad típica de la guerra. No importa que haya o no haya guerra y, ya que no es posible una victoria decisiva, tampoco importa si la guerra va bien o mal. Lo único preciso es que exista un estado de guerra. La desintegración de la inteligencia especial que el Partido necesita de sus miembros, y que se logra mucho mejor en una atmósfera de guerra, es ya casi universal, pero se nota con más relieve a medida que subimos en la escala jerárquica. Precisamente es en el Partido Interior donde la histeria bélica y el odio al enemigo son más intensos. Para ejercer bien sus funciones administrativas, se ve obligado con frecuencia el miembro del Partido Interior a saber que esta o aquella noticia de guerra es falsa y puede saber muchas veces que una pretendida guerra o no existe o se está realizando con fines completamente distintos a los declarados. Pero ese conocimiento queda neutralizado fácilmente mediante la técnica del doblepensar. De modo que ningún miembro del Partido Interior vacila ni un solo instante en su creencia mística de que la guerra es una realidad y que terminará victoriosamente con el dominio indiscutible de Oceanía sobre el mundo entero. (...)
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