Ahora ya no tenía que pensar en nadie. Podía ser ella misma, existir por sí misma. Y de eso se sentía cada vez más necesitada últimamente; de pensar, bueno ni siquiera de pensar, de estar callada, de estar sola. Todo su ser y su quehacer, expansivos, rutilantes, alborotadores, se desvanecían; y sentía, como una especie de solemnidad, como se iba reduciendo a sí misma, a un núcleo de sombra que se insinuaba en forma de cuña, algo invisible para los demás. (...)
Cuando la vida se sumerge durante un lapso de tiempo, el campo de la experiencia parece no tener límites. Y sospechaba que a todo el mundo le pasaría lo mismo que a ella, (...) todos deberían haber probado alguna vez esa sensación de que nuestros recursos son ilimitados, haber sentido que nuestra apariencia, aquellos elementos por los cuales nos conoce, no son más que puerilidades. Debajo de ellos todo está oscuro, se extiende, es inescrutablemente profundo, pero de vez en cuando nos elevamos a la superficie, y eso es lo que ven los demás. Su horizonte no parecía tener límites. (...) Allí estaba la libertad, allí estaba la paz, allí estaba -y era lo que más se agradecía de todo- una convocatoria conjunta, el descanso sobre una plataforma de estabilidad. (...) Al perder personalidad, pierde uno la inquietud, la prisa, la agitación. (...)
"Es curioso -pensó- hasta qué punto cuando uno se funde con las cosas, con los objetos inanimados -árboles, riachuelos, flores-, y se siente uno expresado por ellas, parece que llegan a convertirse en tu propio ser, notas que te conocen como si de alguna manera, fueran tú mismo, y sientes una ternura irracional hacia ellos (miró la ráfaga de luz larga y uniforme) como hacia tu propia persona."
Virginia Woolf (Fragmento de la novela "Al faro")
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