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20 de noviembre de 2015

Si el pueblo dejara de ser endeble...


"¿Y el pueblo?", se preguntarán. El pensador o el historiador que emplea esta palabra sin ironía se desacredita. El "pueblo" se sabe ya a qué está destinado: a sufrir los acontecimientos y las fantasías de los gobernantes, prestándose a designios que lo invalidan y lo abruman. Cualquier experiencia política, por "avanzada" que sea, se desarrolla a su expensas, se dirige contra él: el pueblo lleva el estigma de la esclavitud por decreto divino o diabólico. Es inútil apiadarse de él: su causa no tiene apelación. Naciones e imperios se forman por su complacencia en las iniquidades de las que es objeto. No hay jefe de Estado ni conquistador que no lo desprecie, pero acepta este desprecio y vive de él. Si el pueblo dejara de ser endeble o víctima, si flaqueara ante su destino, la sociedad se desvanecería , y con ella la Historia. No seamos demasiado optimistas: nada en el pueblo permite considerar una eventualidad tan hermosa. Tal como es, representa una invitación al despotismo. Soporta sus pruebas, a veces las solicita, y sólo se rebela contra ellas para ir hacia otras nuevas, más atroces que las anteriores. Siendo la revolución su único lujo, se precipita hacia ella, no tanto para obtener algunos beneficios o mejorar su suerte, como para adquirir también su derecho a la insolencia, ventaja que le consuela de sus decepciones habituales, pero que pierde tan pronto como son abolidos los privilegios del desorden. Como ningún régimen le asegura su salvación, el pueblo se amolda a todos y a ninguno. Y desde el Diluvio hasta el Juicio Final, a lo único a que puede aspirar es a cumplir honestamente con su misión de vencido".

Emil Cioran (Fragmento de la obra "Historia y Utopía", 1960).

13 de julio de 2015

El deseo de ser esclavos o tiranos


Intentad ser libres: os moriréis de hambre. La sociedad no os tolera más que si sois sucesivamente serviles y despóticos; es una prisión sin guardianes, pero de la que no se escapa uno sin perecer. ¿A dónde ir, cuando no puede vivirse más que en la sociedad y cuando no se tienen ya instintos, y cuando no se es tan lanzado como para mendigar, ni tan equilibrado como para entregarse a la sabiduría? A fin de cuentas, uno sigue como todo el mundo, fingiendo atarearse; uno se resigna a tal extremo gracias a los recursos del artificio, entendiendo que es menos ridículo simular la vida que vivirla.
Mientras que los hombres sientan pasión por la sociedad, reinará en ella un canibalismo disfrazado. El instinto político es la consecuencia directa del Pecado, la materialización inmediata de la Caída. Cada uno debería estar ocupado en su soledad, pero cada uno vigila la de los otros. Los ángeles y los bandidos tienen sus jefes: ¿cómo las criaturas intermedias -el grueso de la humanidad- podrían prescindir de ellos? Quitadles el deseo de ser esclavos o tiranos; demoléis la sociedad en un abrir y cerrar de ojos. El pacto de los monos está por siempre sellado; y la historia sigue su curso, horda jadeante entre crímenes y sueños. Nada puede detenerla: incluso los que la execran participan en su carrera

Emil Cioran (Cita de "Brevario de podredumbre", 1949).