30 de octubre de 2014

Fundación científica del racismo

Texto de la imágen: "Todos los animales son iguales. 
Pero algunos animales son más iguales que otros"

Raza caucásica se llama, todavía, la minoría blanca que ocupa la cúspide de las
jerarquías humanas.
Así fue bautizada, en 1775, por Johan Friedrich Blumenbach. Este zoólogo creía que el
Cáucaso era la cuna de la humanidad, y que de allí provenían la inteligencia y la belleza.
El término se sigue usando, contra toda evidencia, en nuestros días.
Blumenbach había reunido doscientos cuarenta y cinco cráneos que fundamentaban el
derecho de los europeos a humillar a los demás.
La humanidad formaba una pirámide de cinco pisos.
Arriba, los blancos.
La pureza original había sido arruinada, pisos abajo, por las razas de piel sucia: los
nativos australianos, los indios americanos, los asiáticos amarillos. Y debajo de todos,
deformes por fuera y por dentro, estaban los negros africanos.
La Ciencia siempre ubicaba a los negros en el sótano.
En 1863, la Sociedad Antropológica de Londres llegó a la conclusión de que los negros eran intelectualmente inferiores a los blancos, y sólo los europeos tenían la capacidad de
humanizarlos y civilizarlos. Europa consagró sus mejores energías a esta noble misión,
pero no tuvo suerte. Casi un siglo y medio después, en el año 2007, el estadounidense
James Watson, premio Nobel de Medicina, afirmó que está científicamente demostrado
que los negros siguen siendo menos inteligentes que los blancos.

Eduardo Galeano (Fragmento del libro "Espejos: una historia casi universal", 2008)

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